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La violencia idealista y sus ajusticiadores. El caso de la hambruna en Ucrania.

El remordimiento de quienes llevan a cabo los actos de violencia idealista crece con el nivel de crueldad ejercida y con la indefensión de las víctimas.

Es de sumo interés, para comprender el fenómeno, conocer la evidencia de lucha interior de los ajusticiadores. Sobre esto se conservan algunos ejemplos en torno a la hambruna de terror que se produjo en Ucrania en el siglo XX, en el periodo entre guerras.

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Niños recogen papas congeladas en el predio de una granja colectiva durante la hambruna ucraniana. Марк Никитович Железняк, dominio público, via Wikimedia Commons

Roy F. Baumeister en su ya clásico libro Evil: Inside Human Violence and Cruelty, se adentra en los recovecos del alma humana que nos llevan a realizar actos condenables. Su relato del caso ucraniano, que usa para ilustrar la lucha interior de los ajusticiadores, está basado en el libro de Robert Conquest “La cosecha del dolor: la colectivización soviética y la hambruna de terror” (en inglés The harvest of sorrow: soviet collectivization and the terror-famine). A continuación, te dejamos la traducción del pasaje de Baumeister con el relato completo.

La lucha interior de los activistas soviéticos en Ucrania

Durante siglos los campesinos de Ucrania habían sido una importante fuente de grano para Rusia. Sabiendo bien cómo cultivar, se resistieron a la colectivización de la agricultura que prescribió el gobierno comunista. Se utilizó la fuerza para trasladarlos a las granjas colectivas, así como para destruir a los campesinos supuestamente «ricos», una categoría que se fue ampliando hasta abarcar a casi todos los que eran mínimamente competentes o tenían éxito en la agricultura. En lugar de fusilarlos o ejecutarlos de otra manera, el grupo de Stalin creó una política de confiscación sistemática de todos sus alimentos, incluida la semilla de grano. Esta medida, llevada a cabo en su totalidad durante un período de muchos meses, condujo a la inanición masiva. La muerte por inanición es una muerte lenta y espantosa para las víctimas, pero evita que alguien tenga que apretar el gatillo. Conquest estimó que esta hambruna de terror mató a 11 millones de personas. Varios millones más murieron en campos de trabajo.

La parte más desagradable del trabajo fue llevada a cabo por los miembros locales del partido, que conducían búsquedas casa por casa de cualquier resto de alimento. Era un trabajo duro, en parte porque les ponía en contacto cara a cara con sus víctimas. Estos momentos les aproximaban al equivalente de apretar el gatillo. Uno de estos jóvenes activistas del partido recordaba la dificultad de quitar los últimos alimentos a los campesinos hambrientos. Dijo que uno de sus amigos del grupo no podía soportarlo. El amigo le preguntó: «Si este es el resultado de la política de Stalin, ¿puede ser lo correcto?». En otras palabras, estos medios parecían tan equivocados que incluso hacían dudar del fin. El activista recordaba que «lo sermoneé e increpé y al día siguiente vino a pedirme disculpas». Tales dudas no estaban permitidas, y presumiblemente el hombre se consideraría afortunado por haber tenido un amigo que le proporcionara su liderazgo moral para poder seguir cumpliendo con sus pequeñas tareas en la operación genocida.

Otro activista del partido fue más explícito: «Con el resto de mi generación creía firmemente que el fin justificaba los medios. Nuestro gran objetivo era el triunfo universal del comunismo, y en aras de ese objetivo todo era permisible», lo que, añadió, incluía «mentir, robar, destruir a cientos de miles e incluso millones de personas, a todos los que obstaculizaban nuestro trabajo o podían obstaculizarlo, a todos los que se interponían en el camino». Dijo que creían que vacilar o albergar dudas morales era un signo de debilidad, de «remilgos intelectuales» y de «estúpido liberalismo». Decía que se las arreglaba para no perder la fe, aunque a veces era duro cuando arrancaba los últimos bocados de comida que tenía alguna familia miserable. Tuvo que obligarse a cerrar los oídos ante «el llanto de los niños y los lamentos de las mujeres», recordándose a sí mismo que todo esto formaba parte de la «gran y necesaria transformación del campo». Se recordaba a sí mismo en repetidas ocasiones que al final todo el mundo estaría mejor -excepto los enemigos de clase, por supuesto. Aun así, dijo, «era insoportable ver y oír todo esto. Y aún peor participar en ello». Se repetía a sí mismo que ceder a la compasión era un error. Estaba cumpliendo con su deber para con la patria y el Plan Quinquenal. Era desagradable, pero sin duda era lo correcto. Esa fe le hizo seguir adelante, y a miles de personas como él.

Los que ejecutan mandatos brutales necesitan tener muchos pensamientos de este tipo a los que recurrir. De lo contrario, como sugiere el amigo del primer activista, la aparente malignidad del método contamina el propio ideal utópico. Otro activista del relato de Conquest recordó cómo se sintió «vaciado de esperanza» cuando por fin se dio cuenta de que toda esta crueldad formaba parte de la política oficial. Hasta entonces, había conseguido creer que los actos más crueles eran simplemente los excesos de individuos brutales que iban demasiado lejos. (Las autoridades soviéticas fomentaron esta percepción persiguiendo e incluso ejecutando periódicamente a los más entusiastas de entre quienes llevaban a cabo la política, diciendo que no habían pretendido tales «excesos»). Sin embargo, al cabo de un tiempo, este activista acabó por no poder mantener esa creencia. «La vergüenza había sido más fácil de soportar mientras podía culpar a… individuos», dijo. Sin embargo, aunque su fe en los ideales comunistas se vio sacudida, se recuperó. Aprendió a no dejar que estos horrores le molestaran. Al final, su fe fue lo suficientemente fuerte como para permitirle seguir sirviendo al Estado mientras éste seguía asesinando cruelmente a millones de sus ciudadanos. Este es un ejemplo impresionante del poder de la fe en los más altos ideales humanos.

Roy F. Baumeister, Evil: Inside Human Violence and Cruelty, traducción de AlgoPoco
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