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Sobre las consecuencias no intencionadas

Cuando realizamos una acción lo hacemos porque visualizamos una consecuencia. Esa consecuencia es, muchas veces, la que nos mueve a la acción. Nuestros objetivos e intenciones guían nuestro accionar. Sin embargo, es muy común que fallemos el análisis y tomemos decisiones que nos conducen, finalmente, a lugares muy diferentes de aquellos a los que apuntábamos originalmente. Las consecuencias no intencionadas de nuestro actuar nos sorprenden y muchas veces nos desvían de nuestros objetivos.

La política, la medicina, los programas gubernamentales, la tecnología, las acciones militares y las leyes generan consecuencias no deseadas. Hagamos lo que hagamos (o no hagamos), hay múltiples consecuencias y puede que el resultado final sea muy diferente de lo que esperábamos.

Una viuda que tenía una gallina que ponía un huevo cada día, pensó que si le daba más comida pondría dos por día. Cuando hizo esto ocurrió que la gallina se puso más gorda y ya no fue capaz de poner ni uno solo.

Esopo, Fábulas de Esopo

Las consecuencias no intencionadas pueden ser muy trascendentes. A veces representan todo el resultado de nuestras decisiones. Como lo muestra la fábula de la viuda y la gallina, éstas no necesariamente ocurren además de la consecuencia intencionada u objetivo de la acción. Muchas veces ocurren en vez de la consecuencia intencionada. Y tienen una importancia mayúscula en el desenlace de la situación.

¿Consecuencias no intencionadas o consecuencias imprevistas?

Una consecuencia no intencionada puede ser prevista o imprevista. Cuando somos capaces de prever los hipotéticos “efectos secundarios” (que a veces no son tan secundarios) de nuestras acciones, tenemos más control sobre la situación que cuando ésta nos toma completamente por sorpresa. Para lograrlo, debemos abrir nuestra mirada, tener en cuenta el bosque y no solo el árbol.  

Algunos ejemplos de consecuencias no intencionadas (ni previstas)

Peter Beverlin, en su libro Seeking Wisdom, from Darwin to Munger, toca el tema de las consecuencias no intencionadas de nuestras decisiones y nos da algunos ejemplos ilustrativos.

En un estudio, los ingenieros de tráfico descubrieron que agregar nuevas rutas (como una carretera más directa) podría hacer que el tráfico fuera más lento. Durante las incorporaciones, los automóviles circulan más cerca unos de otros y, por tanto, van más despacio. Además, los estudios sobre la seguridad del automóvil muestran que llevar el cinturón de seguridad hace que los conductores se sientan más seguros, lo que los hace conducir más rápido o de forma más temeraria.

Peter Beverlin, Seeking Wisdom, from Darwin to Munger

Al intentar resolver un problema sin reflexionar lo suficiente, podemos estar creando otro peor. Y el problema original a veces ni siquiera queda resuelto.

Había un problema de ratones en el campus. La solución para exterminarlos fue pagar a los estudiantes 1 dólar por cada ratón muerto que entregaran. Funcionó. Hasta que los estudiantes empezaron a criar los ratones para ganar más dinero.

Peter Beverlin, Seeking Wisdom, from Darwin to Munger

Las buenas intenciones no eliminan las consecuencias no intencionadas.

Los resultados no se derivan de las intenciones y las intenciones, por definición, sólo se aplican a las consecuencias intencionadas y previstas.

Hay un dicho muy antiguo que reza “es más importante averiguar si las consecuencias de una acción son buenas que si las motivaciones son buenas”. Por supuesto que las motivaciones tienen su importancia per se, pero no debemos olvidar el sabio y antiguo dicho que reza: “el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones” Cuando lo que buscamos son buenos resultados, tenemos que hacer un análisis lo más completo posible y preguntarnos:

  • ¿Es razonable esperar que lo que hemos planeado ocurra?
  • ¿Cuál es la probabilidad de que ocurra algo diferente (o en qué escenario aquello se daría)?
  • ¿De qué manera podría salir mal?

Pensar bien es mejor que tener buenas intenciones.

Señores, es un mal hábito al que uno se deja llevar por la amargura de las discusiones, asumir intenciones perversas; Debemos creer que son buenas y probablemente lo sean, pero no debemos hacer nada gracias a una lógica intrascendente, ni a razones absurdas. Los malos lógicos han cometido más crímenes involuntarios que los que los malos hombres han cometido a propósito.

Discurso de Pierre Dupont, diputado de la Asamblea Nacional Francesa en 1790

¿Qué hacer?

Lo primero que debemos hacer es enfrentarnos cara a cara con la incertidumbre y la complejidad que involucra cada decisión que vamos tomando. A los seres humanos nos cuesta reconocer que no tenemos el control de todas las circunstancias, y a veces preferimos el autoengaño y la negación. Sin embargo, con el reconocimiento de nuestra falibilidad viene también el descubrimiento de las herramientas de que disponemos para hacerle frente.

Una forma de reducir las consecuencias no deseadas de nuestras acciones es dejar de centrarnos en factores aislados y, en cambio, considerar cómo nuestras acciones afectan a todo el sistema. Este modo de análisis, o pensamiento sistémico, consiste en el mapeo exhaustivo de las consecuencias potenciales de cada decisión, de manera de que podemos evitar (o minimizar) las sorpresas.

A lo anterior debemos sumar la capacidad y reconocimiento de que, aún en el mejor de los mundos, nuestro análisis no será completo. Siempre podrán surgir sorpresas inesperadas e imponderables que modifiquen los resultados intencionados de nuestra acción. Estamos inmersos en un mundo de incertidumbre radical. Para cubrirnos frente a éstos, podemos diseñar un plan para el caso de que ocurra lo peor. Para ello podemos:

  • Definir cuál es ese resultado al que llamaremos lo peor, desanclándolo de su origen, es decir, aceptando que no sabemos necesariamente de dónde lo peor va a surgir y tampoco cuándo lo hará. Te recomendamos nuestro artículo sobre incertidumbre radical para profundizar en esto.
  • Disponer, en todo momento, de espacios de redundancia o excedentes a los que recurrir cuando nuestras proyecciones no se cumplen, de manera de que lo peor no implique nuestra ruina (de cualquier tipo, no solo económica).

De esto habla extensamente Nassim Taleb en sus obras El Cisne Negro y Antifrágil. ¡Te recomendamos su lectura!

También te recomendamos nuestro artículo Más allá de lo obvio: pensar la segunda (y la tercera, y la cuarta…) derivada.