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Te invitamos a conocer cómo Nelson Mandela enfrentaba el rencor y el resentimiento, y sus deseos de venganza. Vale la pena escucharlo, pues su forma de encarar las emociones negativas, modelo que logró permear a todo el pueblo sudafricano, fue una de las claves de uno de los procesos revolucionarios más exitosos del siglo XX.

Continuando con la exposición de los sesgos cognitivos que nos impiden pensar bien, encontrarás una artículo sobre la falacia narrativa, esa tendencia tan humana que nos induce a encontrar patrones, incluso donde no los hay.

Y terminamos con una curiosidad: el análisis que hace el premio Nóbel de Física Richard Feynman sobre ¿Qué nos preguntamos cuando nos preguntamos «por qué»? Feynman nos explica cómo detrás de una pregunta así de cotidiana yacen infinidad de misterios y potenciales descubrimientos.

¡Que disfrutes!

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Stefan Zweig – El mundo de ayer

Nadie creía en las guerras, las revoluciones ni las subversiones. Todo lo radical y violento parecía imposible en aquella era de la razón.

No fue la era de la pasión, sino la época del orden, con transiciones serenas, sin odio. Fue la era de la confianza, una conmovedora confianza en una estabilidad que si no estaba asegurada, por lo menos era asegurable. Una época cruzada por la convicción de que, con la suficiente precaución mediada por el uso razonable de los recursos, sería posible prevenir cualquier irrupción del destino. Esa conmovedora confianza escondía, sin embargo, una gran y peligrosa arrogancia.    

Esa fe ingenua en la razón, de la que esperábamos que evitaría la locura en el último momento, fue a la vez nuestra única culpa (…) Nuestro idealismo colectivo, nuestro optimismo condicionado por el progreso nos llevó a ignorar y despreciar el peligro.

Estas palabras, cuya vigencia aterra, no fueron escritas ayer ni se refieren a épocas recientes. La era de la razón a la que se refiere Stefan Zweig en su obra póstuma El mundo de ayer es la época de pre guerra en Europa. Zweig describe una Europa ingenua, ciega ante los movimientos subterráneos que la conducirían hacia las dos guerras mundiales que marcaron el siglo XX.

Nos resulta fácil reírnos de la ilusión optimista de aquella generación, cegada por el idealismo, para la cual el progreso técnico debía ir seguido necesariamente de un progreso moral igual de veloz…,

…relata en sus memorias, el autor, que se plantea como testigo de una hecatombe moral sin precedentes.

Me he visto obligado a ser testigo indefenso e impotente de la inconcebible caída de la humanidad en una barbarie como no se había visto en tiempos y que esgrimía su dogma deliberado y programático de la anti humanidad.

Este “enfervorizado triunfo de la brutalidad”, que marca la destrucción de la era previa, sin vuelta atrás (se han destruido todos los puentes entre nuestro Hoy, nuestro Ayer y nuestro Anteayer…) impulsa al autor a plasmar su recuerdo de la era perdida en una última obra.

El mundo de ayer registra una profunda añoranza de tiempos pasados que no retornarán (… del antes no ha quedado nada ni nada ha vuelto…). Tiempos que se parecen escalofriantemente a las décadas que precedieron la pandemia de 2020 y 2021. El fin de la era de la razón solo significó pérdidas para la generación de Zweig, que debió despojarse de todo, excepto quizá de un precioso legado que le dejó su padre: el de la libertad interior.

Es posible que el dolor de la pérdida de todo aquello que retrata en estas memorias póstumas, determinan la decisión del autor de suicidarse, junto a su mujer, un día después de depositar el manuscrito en el correo. Era febrero de 1942.

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