¿Conoces a alguien cuyas opiniones simplemente no puedes tolerar? ¿Parece haber perdido la cabeza, abandonado el juicio, desvaría? ¿Y estás convencido de que esa persona está profundamente equivocada? Entonces el siguiente artículo te puede servir para enfrentar el desacuerdo. Trata sobre la persuasión, pero también sobre la humildad. Lo escribió Musa al-Gharbi, Fellow en Sociología de la Universidad de Columbia y AlgoPoco lo tradujo para ti.
La versión original en inglés del artículo, junto con una versión narrada en el mismo idioma, ambas publicadas por Heterodox Academy, las puedes encontrar aquí.
Tres estrategias para afrontar los desacuerdos morales (Musa al-Gharbi)
En Estados Unidos y Europa Occidental, y ahora en muchos otros lugares del mundo, tenemos la idea de que las personas son fundamentalmente racionales. En virtud de ello, nuestras habilidades cognitivas profundas estarían diseñadas para ayudarnos a descubrir verdades objetivas sobre el mundo a través de argumentos lógicos y observación empírica. La investigación contemporánea en ciencia cognitiva, psicología y campos relacionados pinta un cuadro muy diferente.
Por ejemplo, nos gusta pensar que, en caso de desacuerdo, la presentación de hechos o estadísticas, o la apelación a estándares racionales, podría ayudar a establecer puntos en común a partir de los cuales se puede construir. En realidad, a menos que —y hasta que— dichos puntos en común ya estén establecidos, las apelaciones a criterios supuestamente objetivos a menudo polarizan más a las personas.
Y cuando nos sentimos amenazados o arrinconados por la evidencia, en lugar de ceder, a menudo simplemente desplazamos los debates hacia la esfera moral, donde las afirmaciones se vuelven mucho más difíciles de falsificar. En estos casos, la evidencia empírica no solo pierde casi toda su fuerza, sino que incluso los argumentos que apelan a los intereses que los rivales perciben como propios pueden resultar contraproducentes.
Ahora, a menudo en los medios de comunicación de élite o en círculos académicos, estas tendencias se tratan como producto de la ignorancia, falta de sofisticación cognitiva o como el resultado de un dogmatismo ingenuo. “Esa gente” se resiste a los hechos y la lógica, “ellos” son impulsados por prejuicios y supersticiones. “Nosotros”, por otro lado, somos de mente abierta. “Nuestras” creencias se derivan de pruebas y hechos. Estamos comprometidos con «la verdad» en lugar de ser impulsados por la ideología.
Pero aquí nuevamente, en muchos aspectos, parece ser cierto, básicamente, lo contrario:
De hecho, cuanto más inteligente, educado o retóricamente hábil es uno, menos probable es que cambie de opinión cuando se enfrente a pruebas o argumentos que cuestionen sus antecedentes. Hay dos grandes tendencias que explican este fenómeno.
La primera es que, al saber más sobre el mundo, o ser mejor en las discusiones, etc., la gente está mejor equipada para encontrar formas de identificar vacíos inconvenientes o encontrar razones para reafirmar su postura. De hecho, es más probable que uno realmente disfrute discutiendo, y se involucre en la investigación política y la argumentación como pasatiempo, cuanto mayor sea su capacidad retórica e intelectual.
Quizás pueda ser sorprendente, aunque también algo intuitivo, si se piensa en ello, pero las personas muy educadas o inteligentes tienden a ser mucho más ideológicas que el público en general. Es más probable que sean miembros de un partido político, que estén obsesionados con alguna causa político-moral o que utilicen algún marco intelectual o modelo idealizado para interpretar el mundo.
Y aunque las personas educadas pueden ser menos propensas a discriminar a otras en base a factores como la raza, es mucho más probable que tengan prejuicios contra las personas que piensan de manera diferente a ellos o que tienen compromisos ideológicos diferentes.
Dado que los debates moralizados son casi impermeables a cualquiera de las tácticas en las que nos han enseñado a confiar —apelación a incentivos/desincentivos, apelación a la lógica o hechos, etc.—, voy a detallar tres estrategias que la literatura sobre psicología moral y cognición cultural sugieren para administrar mejor los desacuerdos moralizados y hacer más productivos los debates (haga clic en cada uno para obtener más detalles).
1. REDUCE LOS PUNTOS DE DESACUERDO O CONFLICTO PERCIBIDOS
Cuanto más parezcan las personas “cabalgar” sobre su “yo tengo la razón”, menos estarán dispuestas a cambiar. Entonces, para evitar que un conflicto escale en la esfera moral o ayudar a bajarlo “a la tierra”, lo primero que hay que hacer es reducir los costos (de identidad, reputacionales, normativos, prácticos) del oponente de admitir que está equivocado o que tú tienes razón. Hay algunas facetas relacionadas con esto:
Nunca pongas etiquetas peyorativas. Tampoco imputes mala fe.
No es necesario que alguien sea una mala persona (egoísta, sexista, racista, etc.) para estar en desacuerdo contigo. No tiene por qué ser ignorante, estúpido, tener el cerebro lavado o estar loco. Considerando lo complicados e inciertos que son muchos temas y fenómenos, hay lugar para desacuerdos razonables en prácticamente cualquier tema que uno pueda imaginar.
Cuando, en cambio, se insinúa o se alega abiertamente que la disputa es causada por algún atributo negativo que tiene la otra persona, es poco probable que la conversación sea productiva.
¿Por qué no?
Bueno, primero, porque estás dando por sentado que tu interlocutor, con certeza, está equivocado. Si la única razón por la que mantiene su posición es el racismo, entonces, que pueda tener razón, en todo o incluso en parte, está más allá del reino de lo posible, ¿verdad?
Esto sugiere que quien participa de la discusión de mala fe podrías ser tú mismo: quieres que el otro cambie de opinión y considere que tú puedes tener razón, pero no estás dispuesto a hacer lo mismo. La persona con la que estés discutiendo generalmente retribuirá ese tipo de energía del mismo modo.
Cuando las personas colocan estas etiquetas a su alrededor, también establecen un costo reputacional muy alto para el acuerdo. Si la única forma de que alguien pueda reconocer un hecho es admitiendo implícitamente que le lavaron el cerebro o que fue ignorante, que su posición anterior era racista, etc., entonces, como regla, simplemente no lo hará. Y realmente no importa cuáles hayan sido los hechos. Porque a estas alturas no se trata de los hechos, se trata de él. Y de cómo se ve a sí mismo y de cómo lo ven los demás.
Así que siempre, siempre que puedas, critica las posiciones y no a las personas. Y nunca asocies la posición de alguien con la posesión de algún tipo de defecto mental o de carácter.
La gente no debería tener que abandonar su visión del mundo para estar de acuerdo contigo.
Reconocer la realidad del cambio climático no significa que yo tenga que votar a los demócratas en las próximas elecciones, o que debería haberlo hecho en las últimas. O, en cambio, reconocer que una intervención estatal en particular parece ser menos efectiva o eficiente que el mercado no significa que tenga que adoptar un enfoque neoliberal para otros temas. Uno puede apoyar las exenciones religiosas sin ser conservador ni, incluso, creyente.
Es mucho más probable que las personas se abran a este tipo de posibilidades cuando su sentido más amplio de identidad no se vea amenazado. Por lo tanto, es imperativo crear un clima donde tu interlocutor pueda reconocer un hecho, o respaldar una posición, sin abandonar, o sentir que ha traicionado, sus compromisos de identidad. Más sobre esto pronto.
Primero se deben acordar los hechos de una causa. Las implicaciones y las aplicaciones vienen en segundo lugar.
A menudo agrupamos hechos, implicaciones y aplicaciones. “Debido a que el cambio climático es real, debemos tener regulaciones estrictas que obliguen a crear productos más eficientes o que aumenten radicalmente los costos de los desechos”.
No es prudente discutir con un escéptico de esta manera:
Si la medida en que las personas contribuyen al cambio climático ya era, para la persona con la que estás discutiendo, algo controvertido, si ella piensa que aceptar el cambio climático significa que también tiene que aceptar programas sociales masivos e intervenciones gubernamentales coercitivas, la tarea de convencerla será mucho más difícil para ti.
Continuando con el mismo ejemplo: primero, trabaja para lograr un acuerdo sobre los hechos, como la realidad del cambio climático, la medida en que las personas lo están impulsando, la gravedad del problema que representa el cambio climático, etc. Luego, discute sobre qué hacer al respecto, o cuál es la mejor manera de abordarlo. ¿Existe una solución del mercado viable para mitigar el riesgo? ¿Podría ser necesaria la intervención estatal? ¿Podría ser más eficaz (o incluso necesario) un enfoque más ecuménico? Empieza poco a poco y desarrolla.
Para disminuir los riesgos del desacuerdo, reduce su visibilidad
Con respecto a los foros digitales, una forma de reducir las implicaciones de la discusión puede ser, a veces, continuar la conversación por una vía menos pública, como el correo electrónico privado, la mensajería directa (o incluso una llamada telefónica o una reunión cara a cara, según la situación).
En entornos muy públicos hay mucha más presión para concordar con el grupo propio, mostrar virtuosismo, etc. También es mucho más vergonzoso admitir errores ante todo el mundo que ante una sola persona.
En general, las personas son mucho más razonables en entornos más íntimos. Por lo tanto, una forma (a menudo fácil) de reducir las implicaciones personales de un debate es disminuir su visibilidad. Esto también puede ayudar a excluir la posibilidad de efectos de masas (y evitar desestabilizaciones causadas por otros que interrumpan la conversación y quizás sean más tóxicos, extremos, menos interesados en la conversación o relación, etc.).
No exijas demasiado de la conversación
A menudo, las personas entablan conversaciones con expectativas poco realistas de lo que se puede lograr o se logrará. Existe la expectativa de que una facción se convierta a la forma de pensar de la otra, o de que ambas influirán un poco mutuamente y se encontrarán en algún punto intermedio. Esto crea una presión innecesaria para que sea el “oponente” de uno quien primero ceda terreno, no sea que uno “pierda” la discusión. Esta es una mala forma de abordar la mayoría de las conversaciones.
Siendo realista, en cualquier interacción uno a uno con alguien, es muy poco probable que ocurra una modificación importante de los puntos de vista. En muchos casos, “encontrarse en un punto medio” puede ser virtualmente imposible, así como algunas diferencias pueden no ser reconciliables, porque no responden a las preguntas de una manera decisivamente lógica o empíricamente; a menudo, esas diferencias son el producto de compromisos ideológicos o identitarios divergentes, experiencias de vida importantes, etc.).
En casos de desacuerdo profundo, el objetivo inicial y principal debe ser simplemente comprender claramente de dónde proviene el interlocutor y darse a entender de manera adecuada.
En muchos casos, es un logro importante simplemente concluir la conversación sabiendo, de una manera concreta y no meramente abstracta, que quienes están del “otro lado” de un tema determinado no son necesariamente estúpidos, locos, ignorantes o malvados (ver: atribución de motivo asimétrico), que puede haber un desacuerdo moral e intelectualmente defendible sobre el asunto.
De hecho, aclarar este criterio de referencia inicial no solo es importante para el propio aprendizaje y crecimiento, sino que también puede facilitar la conversión de críticos y escépticos en la medida en que esto siga siendo deseable una vez que se comprenda de manera más acabada el punto de vista de los demás (véanse las estrategias 2 y 3 para más información sobre este punto).
2: APELA, CUANDO SEA POSIBLE, A LA IDENTIDAD, LOS VALORES, LAS NARRATIVAS Y LOS MARCOS DE REFERENCIA DE TU INTERLOCUTOR
Hay un estilo de argumentación que está de moda, especialmente en círculos académicos y en muchos medios de comunicación. Se trata de comenzar las afirmaciones con una declaración del tipo “yo, como afroamericano…” o “yo, como musulmán…”.
En principio, este enfoque está destinado a señalar la credibilidad y los motivos de uno para tomar una posición, al tiempo que expone algunos de los límites de la perspectiva propia, o algunos de los sesgos que uno puede tener. Muchos piensan que al poner al frente y adelante que están argumentando “como musulmanes negros”, etc., esto los puede ayudar a generar confianza o comprensión en las personas.
En la práctica, sin embargo, lo que ocurre es que con estas declaraciones se resaltan las diferencias entre las personas y se empuja a ambas partes hacia posiciones que están en línea con lo que “se supone” que deben pensar como miembros de cualquier grupo con el que se identifiquen. En otras palabras, estas declaraciones polarizan a las personas y las vuelven menos dispuestas a transigir, porque entonces el desacuerdo ha pasado de ser una disputa lógica o empírica a ser un conflicto de identidad.
Lo que es mucho más efectivo es comenzar apelando a objetivos o identidades superiores: “Los dos somos estadounidenses, preocupados por lo que es mejor para nuestro país, ¿verdad?” o “Ambos somos padres y tratamos de velar por el futuro de nuestros hijos…», etc.
¿Aún más eficaz? Argumentar tu posición desde el “otro lado”.
Háblale a la gente en su propio idioma.
Si estás tratando de convencer a un ateo de que debe seguir algún curso de acción porque está escrito en el Corán, eso no será muy efectivo. Si estás justificando tu posición apelando a la performatividad de la raza o a la fluidez de género —en realidad, en cualquier lugar fuera del entorno universitario—, entonces, simplemente no serás convincente para la mayoría de las personas en la mayoría de las circunstancias.
En realidad, si deseas que alguien considere tus afirmaciones empíricas, suponiendo que los hechos están realmente de tu lado, es mucho más fácil ser convincente si cedes la ventaja de la “cancha local”. De lo contrario, además de discutir los hechos puedes estar discutiendo sobre el encuadre.
Entonces, por ejemplo, si eres un conservador que habla con un progresista, intenta explicar por qué un progresista podría encontrar tu posición convincente.
Algunas advertencias importantes:
- Ciertamente, no conviene argumentar que LA interpretación correcta del progresismo, el islam o cualquier ideología con la que estés interactuando sea aceptar tu concepción particular. Eso es presuntuoso, especialmente cuando proviene de alguien que no pertenece al grupo. Tu afirmación debería ser mucho más humilde, algo así como “esta es una forma posible de adoptar este punto de vista que parece coherente con tus otros compromisos”.
- Esto requiere algo de tacto. Debes evitar caricaturizar su posición, ya que eso, por supuesto, sería ofensivo. En vez de mostrar que comprendes, la caricaturización mostraría, más que nada, lo poco que entiendes, y el poco esfuerzo que pareces haber invertido en comprender su posición. Puede parecer, ya de entrada, un caso de clara manipulación, lo que probablemente destruirá cualquier buena voluntad con la que hayan iniciado la conversación.
- En ese frente: no seas falso. En tu intento de abordar las cosas “desde su perspectiva”, nunca digas cosas en las que no crees. No pretendas ser lo que no eres. Eso es poco ético e irrespetuoso, y si se descubre, destruirá toda credibilidad que puedas tener de allí en más. La conversación habrá muerto efectivamente.
Entonces, digamos que eres un progresista que prevé una discusión con un conservador sobre un tema en particular. Si deseas ajustarte a los encuadres conservadores, tendrás que investigar un poco las opiniones conservadoras sobre el tema. ¿Cuáles son los argumentos que despliegan en contra de tu posición? ¿Hay algo con lo que puedas estar de acuerdo o cosas que no habías considerado y que ahora parecen bastante importantes? Estos pueden ser excelentes puntos de partida para construir zonas de acuerdo. ¿Qué, específicamente, encuentras preocupante sobre su posición? ¿Por qué? ¿Hay conservadores disidentes que realmente compartan mi posición sobre este asunto (por ejemplo, puedes encontrar argumentos conservadores para el ingreso básico garantizado, atención médica cubierta por el Estado, reforma de la justicia penal, protección ambiental, reconocimiento del matrimonio homosexual y restricción del capitalismo, para empezar)? ¿Cómo argumentan ellos? ¿Cuál es el lenguaje que utilizan?
¿Vale la pena el esfuerzo?
¡Si!
Lo que acabo de describir puede parecer muy exigente e intimidante – pero realmente es un viaje increíble. No lo sentirás como un trabajo: si te sumerges profundamente en una cosmovisión radicalmente alternativa, con una mente abierta, tendrás una experiencia alucinante.
La exploración a veces puede ser desorientadora, frustrante o desencadenante, pero aprenderás mucho. Puede que no abandones tus propios compromisos y creencias, pero sin dudas llegarás a ver las cosas de una manera totalmente diferente. Como mínimo, descubrirás que tus rivales no son locos, estúpidos o malvados; tienen razones legítimas para tener las posturas que tienen en muchos temas. Eso en sí mismo —realmente internalizarlo— puede ser enorme.
Y debo agregar que no hace falta que comprendas el otro punto de vista con fluidez; basta que lo comprendas con competencia.
Piensa en ello como en un viaje a un país extranjero: si no logras seguir a la perfección las costumbres locales, o eres un poco torpe con el idioma, pero la gente ve que lo intentas con sinceridad y te esfuerzas un poco, no se ofenden con tus errores. Piensan que es encantador que te esfuerces por conocerlos, en lugar de esperar que ellos hablen tu idioma o que se adapten a tu forma de hacer las cosas. Por eso, normalmente dejarán pasar las cosas pequeñas, o incluso te ayudarán con respecto al idioma o las costumbres, etc.
En realidad, es probable que las personas con las que interactúes no hablen su idioma nativo a la perfección; es posible que no se involucren plenamente en todas las costumbres, tradiciones, etc. Esto significa, con respecto a la interacción a través de diferencias morales o políticas, lo siguiente: no tienes que aspirar a ser un experto en teoría crítica de la raza, el cristianismo o cualquier otro encuadre ajeno al que apele tu interlocutor, porque probablemente él tampoco sea un exponente incondicional de la ideología.
No obstante, la investigación muestra que las personas aparecen mucho más dispuestas a reconsiderar o incluso cambiar sus puntos de vista, aceptar hechos controvertidos, etc. cuando se les presentan en términos de sus propios valores, compromisos y marcos de referencia (ver aquí, aquí, aquí, aquí, o aquí para comenzar con esa literatura).
De nuevo, una de las razones por las que esto funciona es porque permite reducir los riesgos del desacuerdo: subraya que, para estar contigo, no tienen que abandonar su identidad o compromisos. Sin embargo, también muestra buena fe de tu parte: valoras su perspectiva lo suficiente para dedicar algo de tiempo a comprenderla, a escucharla y a buscar puntos en común.
3: PREDICA CON EL EJEMPLO. SÉ MODELO DE CIVILIDAD, FLEXIBILIDAD, HUMILDAD INTELECTUAL, Y BUENA FE, SI QUIERES QUE OTROS HAGAN LO MISMO
Básicamente, esta es la regla de oro.
En una conversación de buena fe, ambas partes deben estar conscientes de la posibilidad de que puedan estar equivocadas, en parte o incluso completamente, y ambas partes deben entrar preparadas para cambiar de opinión. No es razonable que esperes o exijas que los otros cambien de opinión en respuesta a tus argumentos o pruebas, si tú no estás sinceramente preparado para hacer lo mismo.
Un buen ejercicio es preguntarte de vez en cuando “¿por qué creo esto? ¿Qué me haría cambiar de opinión sobre esto? ¿Qué no sé sobre este tema que pueda ser importante?”. Creer que no hay nada que pueda hacer que cambies tu posición sobre un tema es una señal de que posiblemente no estés participando de buena fe.
Dicho de otra manera, pregúntate qué es lo que quieres de esta conversación. Sé honesto contigo mismo: si el objetivo no es buscar la verdad adondequiera que te lleve, sino defender una posición en particular, es probable que la conversación no sea tan productiva. Y es posible que te estés privando de la oportunidad de aprender, crecer y construir relaciones en el proceso.
La realidad del asunto es que la mayoría de nosotros no somos especialistas en los temas sobre los que tendemos a discutir con la gente (e incluso si lo fuéramos, ¡eso no necesariamente nos eximiría de las críticas o dudas legítimas! Los expertos también son personas, después de todo.) En la mayoría de los casos, a lo sumo, es posible que hayamos leído un par de artículos o algo así, y no artículos científicos, claro está, sino artículos de la prensa popular.
Por ejemplo, si estás tratando de discutir con alguien sobre el cambio climático, pregúntate: ¿cuánto sabes, realmente, de la ciencia del clima? ¿Has leído artículos de revistas o libros científicos sobre el tema? ¿Has realizado cursos de ciencia climática?
Aquí hay un dato curioso: los negacionistas del cambio climático tienden a ser, en promedio, más conocedores de la ciencia del clima que aquellos que consideran el cambio climático una amenaza seria.
Esto también es algo intuitivo cuando se piensa en ello: la mayoría de nosotros estamos perfectamente felices de ceder ante el aparente consenso científico. Así que no leemos la literatura, solo decimos, “bueno, los científicos creen esto y yo confío en ellos”.
Sin embargo, aquellos que no están dispuestos a confiar en la posición de consenso y que adoptan una postura de oposición saben que tendrán que justificarla. Saben que su posición va a ser impopular, saben que serán criticados como ignorantes negacionistas de la ciencia. Por lo tanto, es más probable que realmente lean cosas, incluida literatura científica real. Estarán más motivados para familiarizarse con los grandes problemas, para identificar los puntos débiles/lagunas/contradicciones aparentes en la literatura y para identificar a los disidentes y sus argumentos.
Entonces, lo que resulta frustrante para muchos negadores es que se involucrarán con los acérrimos del cambio climático, que claramente tienen menos exposición que aquellos a la ciencia climática real, pero que les hablan como si supieran más, cuando, muy a menudo, no es así.
Consejo: no apeles a lo que “dice la ciencia” en una discusión si no estás familiarizado en particular con esa ciencia. De hecho, sugiero que admitas que no has leído la literatura si ese es el caso. Demuestra honestidad, humildad y buena fe. Incluso, hablando tácticamente, las admisiones de ese tipo pueden ayudar a cambiar la carga de la prueba:
Si tu oponente afirma que ha leído la literatura, y es por eso que mantiene la posición que ocupa, ¡genial! Aprovecha la oportunidad para pedirle algunas cosas para leer de revistas u otras fuentes creíbles. Si estuviera fanfarroneando, se volverá inmediatamente obvio. Pero si es serio y te brinda contenido creíble, ¡debes leer cuando puedas y responder! Después de todo, si eres suficientemente apasionado por este tema como para discutir sobre él, deberías ser suficientemente apasionado para hacer una investigación adicional, ¿verdad? Como mínimo, conocer esas fuentes y argumentos te preparará para futuras discusiones con otras personas. ¡Puede incluso que aprendas algo!
Si te hacen una pregunta cuya respuesta desconoces, no tengas miedo de decir: “No lo sé. Buena pregunta. Analicemos eso juntos. ¿Por dónde crees que deberíamos empezar?” Esto demuestra que tienes una mentalidad sincera y abierta y que te comprometes de buena fe. Crea una oportunidad para construir desde un espacio compartido (si ambos consultan la misma fuente), para continuar la conversación y para aprender más sobre el tema en cuestión.
Destaca los aciertos de tu interlocutor. Si aprendes algo interesante a través de la conversación, ¡dilo! Si presenta una idea convincente sobre la que no habías pensado, ¡reconócela! Si crees que tu posición inicial podría haber sido errónea, reconócelo también.
No pienses en términos de sumar puntos. No se “gana” una discusión poniendo a la otra persona del lado de uno; se gana si se logra acercarse más a la verdad.
No dejes que tus emociones se apoderen de ti
Una importante contribución de Jacques Derrida, Michael Foucault, Judith Butler, etc. ha sido subrayar el poder que las palabras y los símbolos pueden tener sobre nosotros. Sin embargo, gran parte de esta influencia se debe a que les cedemos poder en el momento del encuentro. Tenemos cierto control sobre si permitimos que las palabras y los símbolos nos impacten, y sobre cómo es ese impacto; y con disciplina y práctica podemos ganar más control aún.
Esto es importante porque, aunque las emociones a menudo transmiten información importante, con frecuencia también inducen a error (al igual que todas nuestras otras facultades). A veces, nuestra reacción emocional inicial no es la correcta, como queda claro con un poco de tiempo y distancia. A menudo, nuestras reacciones son el resultado de que escuchamos lo que queremos escuchar, o de que percibimos de forma equivocada o malinterpretamos una afirmación.
En el calor del momento, las personas también pueden usar un lenguaje torpe que podría ser (y en otras circunstancias sería) más cuidadoso o preciso, pero que no tiene por qué desbaratar una conversación. Preguntar “¿qué quieres decir con eso?” o “¿por qué dices eso?” a menudo puede ser de gran ayuda para aclarar malentendidos o desactivar una respuesta automática frente a una percepción de amenaza.
Otras veces, por supuesto, la gente trata de irritar o de desequilibrar. En estos casos, es especialmente importante estar atento a las propias emociones y controlarlas. ¡No muerdas el anzuelo! Concéntrate en lo que importa y trata de encauzar la conversación en una dirección más productiva. Por supuesto, no siempre lograrás lo que deseas. Si tu interlocutor parece insistir en enfrentarse de mala fe, considera la posibilidad de retirarte. De cualquier manera, no hace falta (y probablemente no deberíamos) concederles a las personas las reacciones que buscan mediante ofensas.
Sin embargo, para terminar, debo advertir contra un peligro peculiar que amenaza a quienes estudiamos cognición o psicología. Es la tentación de pensar algo como esto:
“Entiendo los prejuicios y soy consciente de ellos; por lo tanto, los he tenido en cuenta o incluso puedo ser inmune a ellos”.
y su corolario:
“Otras personas, sin embargo, no son tan conscientes de sí mismas. Este es el problema: deben ser conscientes de lo sesgados que son «.
Existe una analogía obvia en la religión que puede valer la pena plantear: en principio, el conocimiento de la propia debilidad, falibilidad y defectos debe inspirar a las personas hacia una mayor humildad y cortesía hacia los demás. Sin embargo, en la práctica, a menudo, una profunda sensibilidad al pecado hace que las personas sean más críticas. Todos conocemos al tipo: “En lugar de estar atento a mis propios defectos, realmente te voy a restregar los tuyos. Porque al menos sé que soy un pecador, tú no pareces estar lo suficientemente consciente. En todo caso, estoy tratando de ayudarte mostrándote lo jodido que estás”.
¡Este es precisamente el tipo de mentalidad desviada contra la que hay que protegerse en todo momento! Estudiar estos fenómenos no nos hace “mejores” que nadie; estas tendencias mentales se aplican tanto a “nosotros” como a “los demás”. De hecho, cada tanto me sorprendo resbalando hacia patrones de comunicación lejanos al ideal, especialmente en mi vida privada o en las redes sociales, y luego (generalmente), cuando puedo, intento corregir el rumbo.
En resumen, hay una sola manera a través de la cual la comprensión de nuestros sesgos puede ser útil, y es mediante las medidas que tomamos en respuesta. Busca activamente la desconfirmación. Mantente atento a la posibilidad de estar equivocado. Intenta ver las cosas desde la perspectiva de otras personas. O, como dice el dicho, ¡predica con el ejemplo!
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