Sabemos que los seres humanos no usamos nuestra racionalidad todo el tiempo. Lo que no tenemos tan claro es que a veces, aun creyendo que la estamos usando, nuestros métodos fallan. Uno de los múltiples sesgos cognitivos o engaños de la mente, en el que caemos con frecuencia, es el sesgo de supervivencia o la falacia de la evidencia silenciosa.
A un tal Diágoras, que no creía en los dioses, le mostraron tablillas pintadas en las que se representaban a unos fieles que estaban orando y que, luego, sobrevivían a un naufragio. De tal representación se deducía que la oración protege de morir ahogado. Diágoras preguntó: ‘¿Dónde están las imágenes de quienes oraron y luego se ahogaron?’
Esta historia, original de Marco Tulio Cicerón, la cuenta Nassim Taleb en El Cisne Negro, justamente para ilustrar lo que él llama la falacia de la evidencia silenciosa, una de cuyas expresiones más comunes es el sesgo de supervivencia.
Es muy común que no consideremos la información ausente justamente porque esta no existe, es decir, nunca fue registrada. Las imágenes de los que oraban y murieron… nunca fueron pintadas. Tampoco hay mucho registro de las empresas que nacieron y fracasaron, de los emprendedores que dejaron sus estudios para trabajar en un garaje pero fallaron o de los artistas que viajaron a Los Ángeles y no consiguieron ningún papel. Es muy común que dispongamos de registros detallados solamente de los casos exitosos, los Google, Microsoft, Steve Jobs o Marilyn Monroe.
Tendemos a olvidar que comúnmente hay una porción del registro histórico que es inaccesible para nosotros y por lo tanto que no observamos. Esto, junto a la tendencia a evaluar la evidencia con un filtro que selecciona “la parte más atractiva del proceso”, mientras ignora aquellas que no se ajustan a nuestras ideas preconcebidas (el llamado sesgo de confirmación), tiene como resultado la exclusión de nuestra conciencia de evidencia que no se ajusta a nuestros modelos mentales. El sesgo del sobreviviente es un fenómeno muy generalizado, mucho más de lo que muchos se imaginan. De él está repleta la literatura. Libros completos caen en este error, en especial obras que buscan explicar los determinantes del éxito de alguna persona o empresa (recurriendo al solo estudio de casos de… éxito).
Aviones de la segunda guerra
Durante la segunda guerra mundial se pidió a un grupo de estadísticos analizar los datos de los aviones dañados que regresaban del campo para determinar qué partes de ellos mejorar. Al observar los planos de los aviones, decidieron que los partes que mostraban con mayor frecuencia daño debían mejorarse y protegerse.
¿Qué zona de la nave había que reforzar?
Sin embargo, un matemático húngaro, Abraham Wald, señaló el error en dicho razonamiento. Los estadísticos, indicó, habían estado observando el daño de los aviones que regresaron, no de los que se perdieron por el fuego enemigo. Esto significa que las áreas más dañadas indican los lugares que mejor resisten el impacto de bala, ya que los aviones allí impactados sobrevivieron. Lo que realmente interesaba identificar eran las áreas que mostraban daños mínimos o nulos, ya que eran aquellas donde, muy posiblemente, los aviones que no regresaban sufrieron daños críticos.
Los gatos suicidas
Gary Smith en su libro Standard Deviations nos cuenta sobre un estudio de 115 gatos que fueron a parar al hospital veterinario de Nueva York porque cayeron de las alturas. El 5% de los animales que cayeron desde un noveno piso o desde más alto, murieron. La tasa de mortalidad de los gatos que cayeron desde pisos inferiores fue… ¡mayor! El 10% de ese grupo perdió la vida. Las especulaciones sobre las causas de tan anormal fenómeno fueron variadas. La preferida era una que postulabla que los gatos que caen desde más alto alcanzan a extender su cuerpo y crear un “efecto paracaídas”. ¡Rebuscadísima e innecesaria explicación para evidencia cuya explicación sea, posiblemente, mucho más simple!
Recuerda que a los hospitales solo llegan los animales cuyos amos consideran que tienen alguna chance de sobrevivir. Los gatos que fallecieron instantáneamente con la caída nunca fueron registrados en el hospital, ni contabilizados en el estudio. Ellos son la evidencia silenciosa. Los 115 gatos que recibieron tratamiento excluían a los numerosos especímenes que murieron en el acto o poco después, sin recibir atención médica. Es posible, además, que los dueños de gatos que cayeron de menores alturas hayan sido diferentes de los dueños de gatos que cayeron de más alto. Los primeros, más optimistas sobre la capacidad de recuperación de sus mascotas, pueden haber tenido una mayor propensión a pagar por un tratamiento hospitalario, aun cuando observaran que su gato estaba muy malherido.
Explicando la supervivencia (y el éxito)
He aquí el sesgo de supervivencia: en todos los ejemplos, el de Diágoras, el de los aviones y el de los gatos suicidas, la falla del análisis estuvo en excluir a los caídos (los fieles que se ahogaron, los aviones derribados o los gatos muertos que nunca llegaron al hospital).
Si queremos distinguir la causa del éxito o la supervivencia de algo, es importante que identifiquemos las características que determinan dicho éxito o superviviencia. Una característica que es determinante del éxito necesariamente debe estar presente en los casos exitosos y a la vez ausente en los casos de fracaso. Si no tenemos los casos de fracaso a la vista, simplemente, el análisis de las causas del éxito es imposible.