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Sobre decir «no lo sé»

No es una vergüenza ni es malo no saber. Nadie puede saberlo todo. Pero sí es una vergüenza y es malo aparentar saber lo que no se sabe.

León Tolstói, Aforismos

Vivimos en un mundo en el que todos están seguros de su conocimiento y pocos aceptan que pudieran estar equivocados o que, definitivamente, no entienden.  Hoy día, parece, es más importante tener una opinión que entender bien qué es lo que se está opinando.  Se valora el tener opiniones, aún cuando éstas estén basadas en creencias y afiliaciones ciegas, y no en el pensamiento crítico. Quien dice “no lo sé” queda tachado inmediatamente de ignorante.

El verdadero ignorante es el que no duda

En la filosofía es más sabio el que duda que quien dice poseer la verdad. Para poder alcanzar el conocimiento, es fundamental reconocer la ignorancia. Quien creer tener todas las cosas claras, ya no necesita pensar ni reflexionar. Se construye, entonces, una sociedad basada en la ignorancia.

En la apología de Sócrates, Platón nos entrega una versión del discurso que Sócrates pronunció como defensa, ante los tribunales atenienses. Se lo acusaba de corromper a la juventud y no creer en los dioses de la polis.

El discurso comienza con Sócrates señalando que no sabe si quienes lo juzgan han sido persuadidos previamente por quienes lo acusan. «¡Ciudadanos atenienses!, Ignoro qué impresión habrán despertado en vosotros las palabras de mis acusadores». Lo importante aquí, cosa que sigue desarrollando en el texto, es su sincera admisión de ignorancia.  Sócrates argumenta que todo su conocimiento procede de su no saber nada, de ahí surge su repetida (e imprecisa frase): “Sólo sé que no sé nada”. Imprecisa porque el original contenido en la Apología dice:

Este hombre cree saber algo y no lo sabe, en cambio yo, así como, en efecto, no sé, tampoco creo saber.

Platón, Apología de Sócrates

Al aceptar nuestros «no lo sé», podemos progresar

¿Alguna vez te han hecho una pregunta para la que no sabes la respuesta? ¿Cuál fue tu respuesta? ¿Inventaste algo? ¿Respondiste una vaguedad? ¿Re fraseaste la pregunta, la cambiaste, usaste alguna estrategia retórica para evadirla? ¿O tuviste la entereza de aceptar tu ignorancia, callando o diciendo “no lo sé”?

En un momento dado, disponemos de una cantidad limitada de información a la que podamos encontrarle sentido. Diariamente, habrá cosas que no entendemos. Si no son relevantes, está bien no saberlas. Si es así, es mejor tomarse un tiempo para pensar. Esto puede parecer bastante intuitivo y, sin embargo, la gran mayoría de las personas rara vez se sienten cómodas reconociendo que no saben. En cambio, recitan de memoria todo lo que se ha arraigado en su mente.

El hombre tonto haría bien en callarse. Pero si lo supiera, no sería tonto.

Saadi, citado por Tolstói en Aforismos

Lo más sensato siempre es reconocer nuestros “no lo sé”. Este reconocimiento no es justificación para la indiferencia, ni la evasión de la responsabilidad de tomar decisiones difíciles, todo lo contrario. Se trata de reconocer, también ante nosotros mismos, cuál es nuestro círculo de competencia y conocimiento. Se trata de marcar una posición de partida, sobre la que iremos construyendo nuestro camino hacia el conocimiento. «No lo sé» también funciona como una herramienta de retroalimentación. Es una ventaja competitiva porque agrega un incentivo para desglosar críticamente las cosas en lugar de tomar el camino más fácil. Nos obliga a ser más inteligentes. No tiene sentido defender algo si tienes una mala razón para hacerlo.

Quienes no reconocen que no saben, por otro lado, son víctimas del autoengaño. Se convencen de que sí entienden.  Este es un fenómeno común entre los incompetentes. Lleva el nombre de efecto Dunning-Kruger. Los que se autoengañan prefieren defender algo sin una base y, en vez de reconsiderar, prefieren siempre la certeza ciega. A largo plazo, ninguna de estas tácticas tiene buen pronóstico. La toma de decisiones por parte de individuos autoengañados puede ser catastrófica, para ellos y para quienes los rodean.

Esta negación de la incertidumbre, del desconocimiento, de la imperfección de nuestra percepción no es algo nuevo de nuestra época. Pero hoy día este fenómeno está amplificado por las redes sociales e internet que, al exacerbar las pasiones, limita los procesos de genuina reflexión. Ciertamente, tenemos sentimientos fuertes respecto de algunas cosas, lo que nubla nuestra capacidad de captar matices o de ponernos en otro lugar. Muchas veces, lo que ocurre es que simplemente no somos capaces de aceptar, con humildad, que no podemos saberlo todo y que, con mucha frecuencia, nos equivocamos.

La poeta polaca ganadora del premio Nóbel de literatura Wislawa Szymborska, en su discurso al recibir el premio en 1996, explica que la “pequeña frase ‘no lo sé’” es el fundamento de todo progreso y es a partir de ella que nace toda inspiración:

Por eso valoro tanto esa pequeña frase «No lo sé». Es pequeña, pero vuela con poderosas alas. Expande nuestras vidas para incluir espacios dentro de nosotros, así como las llanuras externas en las que nuestra diminuta Tierra cuelga suspendida. Si Isaac Newton nunca se hubiera dicho a sí mismo «No lo sé», las manzanas de su pequeño huerto podrían haber caído al suelo como granizo y, en el mejor de los casos, él se habría agachado para recogerlas y devorarlas con gusto. Si mi compatriota Marie Sklodowska-Curie nunca se hubiera dicho a sí misma «No lo sé», probablemente habría terminado enseñando química en alguna escuela secundaria privada para señoritas de buena familia, y habría terminado sus días dedicada a este otro perfectamente respetable trabajo. Pero ella siguió diciendo «No lo sé», y estas palabras la llevaron, no solo una sino dos veces, a Estocolmo, donde espíritus inquietos y buscadores son recompensados ​​ocasionalmente con el Premio Nobel.

Wislawa Szymborska, discurso Nóbel, 1996

En el siguiente vídeo, dos jóvenes filósofos confrontan de manera muy original el “sólo sé que no sé nada” de Sócrates y el efecto Dunning-Kruger. Y para ilustrar, recurren al humor de Los Simpson. ¡No te lo pierdas!

La certeza es irracional

Lo que comparten Sócrates, Szymborska y Curie, en contraposición con los incompetentes de Donning- Kruger, es su aceptación de la imperfección del propio conocimiento y percepciones. Todos ellos están cómodos con aceptar una realidad que dista mucho de otorgarnos certezas. Saben que la certeza es irracional.

Porque lo que vemos y observamos a nuestro alrededor es solo una aproximación a la realidad. Nuestros sentidos recogen una parte pequeña de la información disponible en el ambiente, y nuestros cerebros registran una parte aún menor.

Hay olores y colores que nos rodean pero que físicamente no tenemos capacidad de percibir. Hay sonidos que solo percibimos de manera parcial e incompleta, pero que pueden influirnos, sin que lo notemos, por la vía de nuestro subconsciente. No podemos imaginarnos hasta qué punto estamos influidos por fuerzas que nos condicionan pero que no son registradas por nuestra conciencia.

La certeza absoluta es una ilusión y no hay de qué avergonzarse cuando descubrimos que hay algo que no sabemos, o que nos equivocamos en alguna apreciación. Nuestro progreso ocurre según vamos pudiendo acercarnos a la verdad y corrigiendo, poco a poco, nuestros errores. Observamos, probamos nuestro ambiente, encontramos algo que hace sentido, descartamos lo que no. Así es como vamos aprendiendo.

Magister dixit y la ceguera intelectual

La manera primaria en que enmascaramos nuestra incomodidad con la incertidumbre y el desconocimiento es encontrando grupos y círculos a los que afiliarnos. Es natural que, al no tener opiniones acabadas en algunos temas, busquemos ideologías y grupos de personas con las que nos sintamos identificados y adoptemos sus opiniones. Es una heurística adecuada, una regla general que nos ahorra tiempo y esfuerzos, sobre todo cuando los temas sobre los que se opina no son demasiado importantes. En esos casos, los errores que surgen de utilizar el “atajo” ideológico o del principio de autoridad no revisten gran importancia, mientras que los beneficios pueden ser sustantivos. Pensar es difícil y nuestra energía no es infinita.

El problema surge cuando nuestra identidad política o nuestra lealtad a un grupo o figura de autoridad dicta la manera en que le damos sentido al mundo, reemplazando completamente la vía del razonamiento crítico. Al entregarnos ciegamente a una ideología, grupo o figura, comenzamos a adoptar también ciegamente puntos de vista en asuntos que sí son importantes y que sí tienen consecuencias. El extremo de esto lo describe Szymborska en su mismo discurso del Nóbel:

Todo tipo de torturadores, dictadores, fanáticos y demagogos que luchan por el poder a través de algunas pocas consignas gritadas a alto volumen […] «saben». Ellos saben, y todo lo que saben es suficiente para ellos de una vez por todas. No quieren saber nada más, ya que eso podría disminuir la fuerza de sus argumentos. Y cualquier conocimiento que no lleve a nuevas preguntas se extingue rápidamente: no logra mantener la temperatura necesaria para mantener la vida. En los casos más extremos, casos bien conocidos de la historia antigua, y moderna incluso, representa una amenaza letal para la sociedad.

Wislawa Szymborska, discurso Nóbel, 1996

Si seguimos ciegamente a cualquier líder o autoridad (cualquiera, no es necesario que sean los torturadores de los que habla Szymborska), dejando de lado nuestro pensamiento crítico y nuestros “no lo sé”, nos veremos, en algún momento, íntimamente conectados con una visión de mundo que jamás hemos cuestionado. En ese momento comenzarán a surgir fuentes de disonancia que pueden hacernos la vida miserable. Si logramos salir de ese círculo, enhorabuena. Pero en el proceso de adquirir consciencia de nuestra situación, quizá a cuánto daño habremos dado pie.

Como regla general, debemos recordar siempre que es imposible que una persona se alinee de manera unívoca con una figura de autoridad o sistema ideológico. Usar el principio de autoridad (o magister dixit) es útil como atajo mental, pero nunca debe hacerse a ciegas. De hecho, su utilización argumental ciega es, desde el punto de vista de la lógica, una falacia.  

Jamás debemos abandonar nuestra capacidad de análisis crítico. Muchas veces, la elección correcta frente al desconocimiento es reconocer nuestros “no lo sé”, y actuar de manera acorde con ellos.  Siempre es preferible no tener una opinión a seguir ingenuamente la de otro.

La lección

La vida es compleja y desordenada, y está bien no saberlo todo. Está bien tomarse un tiempo para formarse una opinión, reconocer la ignorancia es útil porque marca el inicio de cualquier recorrido en la senda del conocimiento. Vivimos en un mundo saturado de ideas, muchas de las cuales son falsas y solo nos aportan desorientación. Haz preguntas, sé crítico y no tengas miedo de cambiar de opinión.

Nadie progresa estando siempre en el mismo lugar. Nadie ha llegado a ninguna parte teniendo siempre la razón. La prueba y error es parte fundamental de nuestro proceso de reconocimiento de lo que nos rodea. Abre tu mente. Si realmente quieres entender el mundo, tienes que sentirte cómodo con eso.

¿Te interesa aprender más sobre estos temas? Te recomendamos nuestro artículo sobre La humildad confiada como alternativa a la confianza ciega en uno mismo, que presenta una alternativa para no caer víctimas del efecto Dunning Kruger