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Conociendo al homo sovieticus: la historia de Anna Maya y su hijo

El fin del homo sovieticus es uno de los libros de Svetlana Alexievich que menos se ha conocido en el idioma español. En este, la premio Nóbel de literatura de 2015 recoge múltiples testimonios de habitantes de la ex U.R.S.S., personas que deben adaptarse a una nueva realidad luego de la caída del régimen comunista. Estas personas nos van relatando, en primera persona, cómo era vivir tras la Cortina de Hierro. Los retratos de Alexievich, repletos de humanidad, describen vívidamente los dolores y contradicciones de un pueblo reprimido, y el choque cultural que les significó su apertura a occidente.

Propagánda soviética. Adam Jones (Kelowna, BC, Canada), CC BY-SA 2.0, via Wikimedia Commons

De entre las decenas de testimonios reunidos en las más de 650 páginas de la obra, te dejamos la de Anna Maya, una arquitecta, y su hijo (que prefirió no dejarnos su nombre). Es una historia compleja y repleta de dolor que intentamos resumir en este artículo, recurriendo a citas textuales de Anna, extraídas directamente del libro.

La historia de Anna Maya

Anna creció en un campo de trabajo de Kazajistán, llamado Karlag (en Karagandá).

¿Qué es Karagandá, exactamente? Una estepa desnuda que se extiende a lo largo de cientos de kilómetros y que en verano parece tierra quemada. En esa estepa se levantaron decenas de campos de trabajo en tiempos de Stalin: Steplag, Karlag, Alzhir, Peschanlag… Centenares de miles de zeks [detenidos] fueron a parar a ellos. Los esclavos del régimen soviético.

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Cuatro meses después de dar a luz a Anna, su madre fue detenida e internada en aquel lugar, por 12 años. Durante los primeros tres años de reclusión, le permitieron estar con su hija pequeña pero no con las dos hermanas mayores, que fueron derivadas directamente a un orfanato.

Las condujeron a un orfanato desde la estación de ferrocarriles a la que llegaron. «Las llevamos a un lugar donde las educarán como a buenas comunistas», dijeron quienes las esperaban. No dejaron siquiera la dirección a la que las llevaban. Sólo dimos con ellas mucho más tarde, cuando ya estaban casadas y tenían sus propios hijos. Eso fue muchos, muchísimos años después…

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Ya más grande, llevaron también a Anna a un orfanato. Ella solo pudo reencontrarse con su madre cuando cursaba quinto año de primaria. Entonces partieron las dos juntas al destierro en Belovo, donde vivieron en un albergue y luego en un subterráneo. Allí Anna enfermó de tuberculosis y casi murió. Al recuperarse, se encontró con que su madre había sufrido un ataque, por lo que debió internarla en un hospital. Anna, entonces, se vio obligada a retornar a un orfanato en Smolensk, su ciudad natal. A su madre la volvió a ver solo cuatro años más tarde, cuando ella regresó del destierro. En ese entonces Anna ya estudiaba arquitectura.

Me gustaría recordar a mamá cuando era una mujer joven. Pero no la recuerdo joven… Sólo la recuerdo enferma. Jamás nos abrazamos, ni nos dimos un beso ni nos dirigimos palabras de cariño. Nuestras madres nos perdieron dos veces. La primera, cuando fuimos separadas de ellas, siendo todavía unas criaturas. La segunda, cuando volvieron a reunirse con nosotras, ya adultas, siendo ellas ancianas. Encontraron a hijos que no eran los suyos… Tuvieron la sensación de que les habían cambiado a los hijos… Que los había educado otra madre: «Vuestra madre es la patria… La patria es vuestra mamá», nos enseñaron.

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Anna nos cuenta que no tuvo un hogar de verdad hasta cumplir los 40 años. A los 59 años, en la década de los 90, Svetlana Alexievich la entrevista y publica su testimonio en El fin del homo sovieticus.

A continuación, algunos extractos de ese relato, muchos de los cuales hablan por sí solos. Partimos con el testimonio que Anna describe su vida, de acuerdo con la secuencia de lugares en que estuvo. Luego, recogemos sus impresiones sobre el nuevo mundo, el que surge con la caída de la cortina, y sus reflexiones sobre las diferencias entre las personas “de antaño” – las que crecieron tras la Cortina de Hierro- y las “de ahora”, expuestas a occidente, entre las que incluye a su hijo. A continuación, te dejamos con algunas reflexiones en primera persona que realiza el hijo de Anna Maya, también entrevistado por Alexievich en El fin del homo sovieticus. Finalizamos con algunas reflexiones que tanto Anna como su hijo realizan sobre la naturaleza y personalidad de los verdugos del régimen.

Extractos: la vida de Anna Maya

Sobre Karlag

Cuando era niña vi morir a mucha gente, pero después lo borré de mi memoria… (Se enjuga las lágrimas).

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Recuerdo cuando la revista Novi mir publicó Un día en la vida de Iván Denisovich de Solzhenitsin… ¡Aquello produjo una conmoción total! ¡Todo el mundo lo leyó! ¡Estaba en boca de todos! Y yo no conseguía entender el porqué de aquel interés, de aquel estupor. Todo lo que Solzhenitsin describía me resultaba familiar. Los detenidos, los campos, el bacín que servía para recoger nuestras deposiciones…

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Nos enorgullecíamos de los soldados que nos guardaban, porque eran de nuestro Ejército Rojo. Llevaban estrellitas en las gorras…

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

En el orfanato

Recuerdo como si fuera ahora el día en que me llevaron al orfanato n.º 8 del pueblo n.º 5. Cuando el camión al que nos subieron se puso en marcha, nuestras madres echaron a correr junto a él, agarrándose de los bordes, dando gritos, llorando… Recuerdo que las madres siempre estaban llorando, mientras que los pequeños lo hacíamos rara vez. Naturalmente, no éramos niños caprichosos, ni consentidos. Tampoco reíamos. Sólo al llegar al orfanato aprendí a llorar. En el orfanato nos daban unas palizas horribles. «Os podemos pegar y podemos mataros si nos da la gana, porque vuestras madres son enemigas del pueblo»

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

En clase nos enseñaban a amar al camarada Stalin… A él dirigíamos la primera carta que escribíamos en la vida y la enviábamos al Kremlin. Ésa era la vida que llevábamos… Para enseñarnos las primeras letras nos daban folios en blanco y nos dictaban una carta a aquel hombre, el más bondadoso, el líder adorado. Teníamos la certeza de que respondería a nuestra carta y nos enviaría regalos. ¡Un montón de regalos! Mirábamos el retrato de Stalin y nos parecía tan hermoso… ¡Era el hombre más hermoso del mundo! Competíamos por ver quién de nosotros daría más años de su vida a cambio de un solo día más de vida para el camarada Stalin.

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

No parábamos de preguntar a todos los adultos con quienes teníamos ocasión de hablar: «¿Dónde está mi mamá? ¿Cómo es mi mamá?».

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

La primera mamá de carne y hueso que vimos fue la de Rita Melnikova. Apareció un día de repente. Con su voz divina. Nos cantaba canciones de cuna […] No sé cuándo paró de cantar, porque me dormí antes. Nos decía que nuestras madres eran buenas, que eran hermosas. Que todas las mamás del mundo eran hermosas. Y que todas nuestras mamás cantaban esa canción. Y en eso confiábamos… Más tarde sufrimos una gran desilusión, porque aparecieron otras madres y no eran hermosas, estaban enfermas y no sabían cantar. Y lloramos desconsolados… No llorábamos por la alegría del encuentro, sino por la decepción. Desde entonces detesto las mentiras y me cuido de hacerme ilusiones… Que se nos consolara con mentiras, que se nos dijera que nuestras madres vivían y no estaban muertas, era algo horrible. Porque después resultaba que no todas las madres eran hermosas, ni mucho menos estaban vivas…

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Nos decían que nuestra familia era la patria y que ella siempre estaba pensando en nuestro bienestar.

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

En el destierro

Mamá… Mamá vino a buscarme […] Llegó un día de buena mañana. Yo atravesaba el patio y de repente escuché que alguien me llamaba: «¡Ania! ¡Aniushka!». Nadie me llamaba así en el campo. Nadie me llamaba por mi nombre. Me volví y vi a una mujer de cabello negro. Y le grité: «¡Mamá!». Mamá me abrazó y lanzó un grito tan desesperado como el mío. «¡Papaíto!», exclamó. De niña, yo me parecía mucho a mi padre. ¡Cuánta felicidad! ¡Cuántos sentimientos distintos de golpe! ¡Cuánta alegría! Tanta alegría me hizo vivir varios días en vilo. Nunca fui tan feliz como entonces. Tantas sensaciones juntas…

Pero tardamos muy poco en darnos cuenta de que mamá y yo éramos incapaces de comprendernos una a la otra. Éramos dos extrañas. Y eso se vio muy pronto. Yo quería ingresar en las Juventudes Comunistas para luchar contra los enemigos invisibles que querían destruir nuestro maravilloso mundo. Mamá me miraba y lloraba… Y callaba. Mamá nunca supo deshacerse del miedo.

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Mi vida toda, toda, ha sido una sucesión de momentos en los que he estado a punto de morir, pero acabo sobreviviendo… Agonizar y sobrevivir, una y otra vez

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Nuevamente en el orfanato

La muerte de Stalin… Recuerdo aquel día en el orfanato. Nos sacaron a todos al patio, nos hicieron formar y sacaron una enorme bandera roja. Las seis u ocho horas que duró el funeral las pasamos allí de pie en posición de firmes. Algunos se desmayaron… Yo no paraba de llorar… Ya sabía cómo arreglármelas para vivir sin mamá, pero no sabía cómo vivir sin Stalin. ¿Cómo podríamos vivir sin él? Por alguna razón, tuve miedo de que estallara otra guerra.

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

De nuevo con su madre

Yo recibía un estipendio de dieciocho rublos y mamá cobraba una pensión de catorce. Nos sentíamos en el paraíso: comíamos tanto pan como nos apetecía y, encima, nos alcanzaba para el té.

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

A mí, en cambio, me tiraba la calle. No me perdía un desfile militar y me entusiasmaban los acontecimientos deportivos. Todavía recuerdo bien el entusiasmo que me producían. Marchabas en medio de la multitud, te sentías parte de algo grande, inmenso… Allí me sentía feliz. Con mamá, no. Y eso es algo que ya no puedo cambiar. Mamá no tardó mucho en morir. Y sólo después de muerta la abracé, la acaricié. ¡Sólo cuando la vi tendida en el ataúd me enterneció! ¡Sentí que la quería! La enterré calzada con sus viejas botas de fieltro… No tenía zapatos, ni pantuflas y los míos no le entraban en los pies hinchados. Le dije tantas palabras bonitas durante el funeral… Le hice tantas confesiones… ¿Las habrá escuchado? No paraba de besarla, de repetirle cuánto la quería… (Llora).

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Ya vivíamos los tiempos de la perestroika. Gorbachov y los mítines cada dos por tres… La gente se agolpaba en las calles para pasear su felicidad. Era posible escribir lo que a uno se le antojara. O gritarlo donde le viniera en gana. ¡Libertad! ¡Libertad! No sabíamos el futuro que nos aguardaba, pero estaba claro que habíamos dejado atrás el pasado. Vivíamos en vilo, ansiosos, a la espera del futuro… No obstante, seguíamos teniendo miedo. Yo pasé mucho tiempo cuidándome de encender la radio. Temía que la perestroika acabara de repente. Que nos revocaran la libertad. Tardé mucho en creerme los cambios.

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Extractos: reflexiones sobre el nuevo mundo y el antiguo

La sorpresa del mundo nuevo

A ver, a ver, ¿usted de veras cree que esto que le cuento interesará a alguien? ¡Dígame a quién! ¡Dígamelo! Esto hace mucho que no le importa a nadie. El país en el que vivíamos ya no existe ni existirá jamás, pero nosotros todavía estamos aquí, viejos y repugnantes… Con nuestros recuerdos horribles y estos ojos llenos de odio… ¡Aquí estamos! ¿Y qué queda hoy de nuestro pasado? Stalin anegó el país en sangre, Jruschov lo sembró de maíz y Brézhnev era un payaso de feria.

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Y de nuestros héroes, ¿qué queda? De Zoia Kosmodemiánskaia los diarios escribieron que una meningitis sufrida en la niñez la había dejado esquizofrénica y propensa a la piromanía. Que fue una demente, vaya. De Aleksandr Matrósov dijeron que, borracho como una cuba, se había arrojado ante la ametralladora alemana: no quería salvar la vida de sus camaradas. Tampoco Pável Korchaguin sería un héroe, según lo que se cuenta ahora… Todos nuestros héroes de antaño no eran más que zombis soviéticos, aseguran. (Recupera la calma). Y yo, entretanto, sigo teniendo las mismas pesadillas sobre los campos… Todavía no consigo soportar a los perros pastores… Y me dan miedo los individuos uniformados… (Se echa a llorar y me habla entre sollozos). No aguanto más, ¿sabe?

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

¿Y qué soy yo? Pues una pobre. Todos somos pobres. Toda mi generación, todos los que antes fuimos soviéticos… Carecemos de cuentas bancarias y de propiedades inmobiliarias. También los objetos que usamos son soviéticos y nadie nos dará un céntimo por ellos. ¿Con qué capital contamos? Nuestra única posesión es el dolor que padecimos, las vivencias que atesoramos. Todo lo que tengo son dos certificados que parecen hojas arrancadas de una libreta de colegio. «Rehabilitada» pone en uno. «Rehabilitado por ausencia de delito», pone en el otro. Uno a nombre de mamá. El otro a nombre de papá.

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Sobre las personas de antaño y las de ahora (incluido su hijo)

Mire… Le voy a confesar algo… Las personas de antes me gustaban más que las de ahora. Aquél era mi pueblo… Con aquel país compartí toda mi vida, fui parte de su historia. Pero este país que tenemos ahora me resulta indiferente. Este país no es el mío, ¿sabe? (Me percato de que está cansada y apago la grabadora. Me alarga un trozo de papel en el que ha anotado el número de teléfono de su hijo). Aquí tiene lo que me pidió… Mi hijo le contará su versión… Le dirá cómo lo ve él… Soy consciente de que hay un abismo entre ambos… Lo sé…

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

No suelo visitar a mi hijo. En su casa todo es nuevo, todo es caro. Aquello parece una oficina. (Calla). Nada nos une ya… Somos familia, pero somos extraños… (Calla).

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Extractos: reflexiones del hijo de Anna Maya

Yo fui un niño soviético más. Fui comunista desde niño, fui pionero… Y ahora poco importa si me creía todo aquello o no. Puede que creyera. ¿Quién sabe? Lo cierto es que no me hacía preguntas… La militancia en las Juventudes Comunistas, el Komsomol… Las canciones que cantábamos en torno a la hoguera: «Si tu amigo deja de ser tu amigo de repente, | si se convierte en enemigo…».

El hijo de Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

A mí me educaron leyendo libros soviéticos que enseñaban que no hay nada más grande que ser un hombre, que llamarse hombre es motivo de orgullo… Pero nos hablaban de un tipo de hombre que no existe en la realidad, en la naturaleza… Todavía hoy me cuesta comprender cómo es que había tantos idealistas en aquellos tiempos. Ahora ya no queda ni uno. ¿Qué idealismo puede tener la generación de la Coca-Cola? Hoy todo el mundo es pragmático.

El hijo de Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Yo era un soviético de manual y consideraba que adorar el dinero era motivo de vergüenza, que sólo se podían adorar los sueños.

El hijo de Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Mi hijo nunca será capaz de comprendernos a mí o a mamá, porque no pasó ni un solo día de su vida en la Unión Soviética. Mire, mi hijo, mi madre y yo vivimos en países distintos, aunque Rusia sea la patria de los tres. Y no obstante, nos unen lazos aberrantes. Lazos monstruosos. Todos nos sentimos engañados, de una u otra manera…

El hijo de Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Mis padres… Mi madre misma… A ellos les gustaría escuchar que vivieron una vida plena, que no vivieron sus vidas en vano, que creyeron en aquellas cosas en las que valía la pena creer. En cambio, ¿qué es lo que les dicen ahora? Pues que vivieron en la mierda y que no tuvieron más que cohetes y carros de combate ruinosos. Estaban dispuestos a repeler a cualquier enemigo. ¡Y lo habrían derrotado! Pero el país se les hundió sin necesidad de guerra alguna. Y nadie es capaz de explicárselo. Porque habría que reflexionar mucho para comprenderlo. Y a eso, a reflexionar, a pensar, no nos enseñaron. El miedo es lo único que pervive del pasado. Del miedo es de lo único que se habla… Leí en algún lugar que el miedo es una forma de amor. Creo que lo dijo Stalin…

El hijo de Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Vivir es lo que quieren los rusos, simplemente vivir como viven los demás… Como viven en Francia o en Mónaco… Porque sabemos que esto se nos puede acabar de repente. Nos dieron la tierra, pero nos la pueden volver a quitar. Nos han permitido dedicarnos a los negocios, pero en cualquier momento nos pueden meter en la cárcel. Y quitarte la fábrica o la tienda. Y ése es un miedo que nunca deja de estremecer los sesos. Que te produce un permanente hormigueo en la nuca. ¡Esa ha sido la historia de nuestro país! .[…]

Que si fuimos los primeros en volar al espacio… Y que fabricábamos los mejores tanques de guerra del mundo, aunque no tuviéramos detergente ni papel higiénico. ¡Y los malditos inodoros soviéticos perdían agua siempre! Lavábamos las bolsas de plástico y las colgábamos a secar en las ventanas para reutilizarlas una y otra vez. Y tener un reproductor de vídeo en casa era equiparable a poseer un helicóptero propio.[…] ¡El precio que se pagó a cambio de tener una gran historia!

El hijo de Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Extractos: sobre los verdugos del Partido y del Gobierno

Reflexiones de Anna Maya

Ahora, fíjese, todo el mundo se pone el uniforme de rayas y se proclama víctima. Ahora dicen que Stalin fue el único culpable. Pero usted eche cuentas, oiga… No es muy complicada esta aritmética… Alguien tenía que ocuparse de denunciar a esos millones de zeks, vigilarlos, interrogarlos, trasladarlos bajo vigilancia hasta los campos, dispararles si se les ocurría intentar escapar… Y es evidente que hubo millones de personas dispuestas a hacerlo… Los verdugos se contaron por millones…».

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Porque no puede haber grandes verdugos sin la asistencia de los verdugos pequeños… De hecho, los grandes verdugos precisan muchos de ésos, de los pequeños, para que les hagan el trabajo sucio…

Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Reflexiones del hijo de Anna Maya

Lo que me gustaría desentrañar, y entiendo que a usted también le gustaría, es qué clase de personas eran aquéllas… ¿No es cierto?

Porque, a ver, dígase lo que se diga, la naturaleza de los asesinos interesa, ¿no? Se supone que un asesino es alguien especial, ¿no? Y uno se siente atraído por él, ¿no es cierto? El mal hipnotiza… Se han escrito cientos de libros sobre Stalin y Hitler… Se ha indagado en su infancia, en su entorno familiar, en las mujeres a las que amaron, en el vino que bebían y los cigarrillos que fumaban… Todos los detalles nos interesan. Queremos saber… Comprender de qué pasta estaban hechos Tamerlán o Gengis Kan… Y sus millones de copias en miniatura…

Todos esos que también perpetraron horrores, y sólo una minúscula parte de ellos enloquecieron. Los otros tuvieron vidas completamente normales: besaban a mujeres, disputaban partidas de ajedrez y compraban juguetes a sus hijos…

Cada uno de esos millones de verdugos pensaba que no era él el responsable. Que no era él quien colgaba a un detenido con los brazos a la espalda, que no era él quien desparramaba sus sesos contra el techo, que no era él quien clavaba el grafito de un lápiz bien afilado en los senos de una detenida. «No soy yo. ¡Es el sistema!», se decían a sí mismos. Hasta el propio Stalin aseguraba que no era él quien tomaba las decisiones, sino el Partido… Les decía a sus hijos: «¿Crees que Stalin soy yo? Pues ¡claro que no! Stalin es él». Y señalaba con el dedo su propio retrato colgado de la pared. No se señalaba a sí mismo, ¡señalaba su retrato!

Así funcionaba la maquinaria que administraba la muerte… Así funcionó durante décadas sin tomarse un solo descanso… Se regía por una lógica genial en la que las víctimas se convertían en verdugos y, al final, los verdugos eran víctimas.

Cuesta concebir que un sistema como aquél fuera creado por la mente humana, porque tal dechado de perfección sólo puede ser obra de la naturaleza. La rueda giraba y giraba sin cesar y no había culpables. ¡Ni uno solo! Al final, todos pedían ser perdonados. Todos se proclamaban víctimas. ¡Todos decían ser el último eslabón de la cadena de la muerte! ¡Inocentes criaturas!

El hijo de Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco

Cuando éramos críos, en la escuela soviética nos enseñaban que todos los hombres son buenos y hermosos por naturaleza. Mi madre todavía cree que son las circunstancias adversas las que convierten a los hombres en seres horribles. ¡Pero jura y perjura que los hombres son buenos! Y, oigan, ¡eso no es así! ¡No lo es! ¡De ninguna manera! Los hombres se pasan la vida oscilando entre el bien y el mal.

El hijo de Anna Maya en S. Alexievich: El fin del homo sovieticus. Enfasis (negritas) de AlgoPoco
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